jueves, 5 de marzo de 2009

Preguntando se llega a Roma

Varias veces me ha pasado que aquellos zapatos (por poner un ejemplo) que vengo buscando hace meses por todo Buenos Aires aparecen en los pies de otra señorita el día menos pensado. Tienen el taco justo, la pulsera que tanto necesito, son escotados, pero no tanto, originales, de buen cuero, ¡y en ese color que va genial con mi cartera! Y yo me muerdo los labios por saber dónde los compró, pero no pregunto.

Así como a los hombres les resulta casi traumático pedir indicaciones cuándo se encuentran frente al volante, parece que a nosotras nos pasa lo mismo con las prendas ajenas. Si para ellos es un atentado contra su masculinidad, para nosotras es como tener que aceptar que no sabemos dónde se consiguen esos tesoros. Nos comportamos como si fuesen secretos bien guardados que algunas conocen y que muchas otras mueren por conocer.

Como suele suceder con estos traumas o temores ridículos, si nos animáramos a preguntar descubriríamos que la feliz poseedora, lejos de poner mala cara, se siente halagada y enseguida se presta a darnos las indicaciones precisas de dónde lo ha conseguido. Creo que la gran mayoría de las mujeres compartimos de buena gana nuestros hallazgos. ¿Acaso vos no lo harías?

Carolina
PD: Felicitame. Hoy vencí la timidez convencida de que no podía escribir esta entrada si no lo hacía: pregunté por un par de zapatos en el colectivo :)

No hay comentarios:

Publicar un comentario